viernes, 22 de julio de 2011

Tres semanas de trabajo después...

Repetiría. Aunque el durante ha sido un poco pesado, en una visión global de toda la experiencia, sin duda, repetiría. 

Cuando eres opositor, difícilmente te pones en la piel del tribunal. No lo haces porque es un momento para el egoísmo. Compites. Se trata de ser el mejor, o parecerlo a los ojos del tribunal. Sin embargo, cuando eres tribunal empatizas mucho con los opositores. Intentas adivinar sus historias personales, sus esfuerzos o sus vaivenes emocionales.

No obstante, como todo, la experiencia tiene una parte desagradable: el sentimiento de ser una marioneta, un títere en manos de la Administración.  Cuentan, dicen, que éstas de 2011 han sido las últimas oposiciones dirigidas a rebajar la bolsa de interinidad. Yo no doy con la fórmula mágica. No sé cuál debe ser el porcentaje de la fase concurso y la nota de la oposición. Pero lo que sí veo evidente es que no puede quedar tal y como  está actualmente. Porque es un coladero de interinos, demuestren o no su capacidad para ser maestros. 

He visto como muchos opositores muy preparados quedaban fuera de las listas de seleccionados para dar paso a otros que han demostrado menos preparación, ganas o motivación por formar parte del cuerpo de maestros. Y eso te deja mal cuerpo en muchos momentos. No es justo superar la fase oposición con un 9.6 de media en tres exámenes y no obtener una plaza de maestro porque opositores con mucha menos nota te superan en méritos, entendiéndose por mérito estar en un colegio trabajando.

En la escuela necesitamos maestros con ganas. Necesitamos gente dispuesta a luchar por la educación pública. Dispuesta a dar mucho más de lo que le van a valorar desde fuera. Dispuesta a sentirse evaluada por cualquier mindundi que no tiene ni puta idea de enseñar o educar. Dispuesta a ser vista como el trabajador privilegiado (que no hace nada, gana mucho y tiene más vacaciones que nadie...), a comprobar que no es oro todo lo que reluce. En las escuelas necesitamos mucha gente que tenga ganas de conocer los entresijos y los puntos débiles de un sistema que necesita una adaptación urgente a los tiempos que corren, para resurgir de uno de sus momentos más bajos como institución, para volver a tener un papel predominante en la educación de individuos, para volver a ser un punto de apoyo respetado, para poder ser entendida como compañera y no rival por las familias en lo que a la formación de sus hijos se refiere.

Y para que todo esto pase, para mejorar la educación, verdaderamente, debemos empezar por mejorar el acceso al cuerpo de Maestros. Solo así pondremos los pilares principales para levantarnos de donde otros nos han ido poniendo... con la permisividad, e incluso el beneplácito, de los que estamos dentro.

Interinos sí, pero solo los buenos.
Viernes 22 de julio de 2011

miércoles, 6 de julio de 2011

Cambios

Se acerca septiembre, el añonuevo de los maestros y maestras. Y este año viene con los Reyes Magos incluidos.

No lo esperaba. No entraba en mis planes (también es verdad que no planeo nunca nada). Pero bueno, llegó la Jefatura. Dos años de Jefe de Estudios para curtirme en mil batallitas diarias. Desgasta mucho un cargo directivo, incluso cuando no es el de responsabilidad máxima. Por pequeño que sea un centro, desgasta mucho estar decidiendo constantemente. Porque decidir constantemente significa equivocarse más de lo deseado, eso está claro.

Y empezaba yo a cogerle el gustito a esto de la Jefatura. Empezaba a tener cierta soltura en los temas, a poder planificar proyectos a más largo plazo, a saber torear un poco lo urgente para darle prioridad a lo verdaderamente importante. Empezaba a gustarme, realmente, cuando me decidí (en parte obligado) a cambiar de despacho y sentarme en el sillón de director.

No puedo quejarme, la verdad. Un ascenso, es un ascenso. Y a todos nos gusta que nos reconozcan el trabajo, o más bien el esfuerzo. Que lo haga el inspector de zona, me tranquiliza. Que lo hagan "mis padres", me ruboriza. Que lo hagan mis compañeros, me deja sin palabras.

En un principio no quise ser director. No me gusta el perfil, que intuyo más que sé, tendré que desarrollar. Al menos, no me gusta tanto como el de Jefe de Estudios, más relacionado directamente con el proceso de enseñanza/aprendizaje. Pero tampoco voy a decir que haya aceptado obligado. Nadie me ha tenido que poner un cuchillo en el cuello para invitarme a decidir. Lo he hecho por mis compañeros, primero; por el centro, segundo; y por mí, tercero.
Ahora llega septiembre. Padre y director. Dos cambios suficientemente importantes en la vida de un treintañero como para no tomarse una uvitas el 31 de agosto y brindar con una copa de champán por todo lo bonito, y apasionante, que queda por venir, tras ese primer día de septiembre disfrazado de 1 de enero. ¿No os parece?

Gracias compañeros
por la confianza demostrada...
y paciencia, mucha paciencia.
Miércoles 6 de julio de 2011