sábado, 7 de noviembre de 2009

La autoridad del maestro

La Comunidad de Madrid con su (ponle el calificativo que prefieras) presidenta Aguirre a la cabeza ha tocado un tema espinoso en esto de la educación formal y reglada impartida en las escuelas e institutos de toda España. Ha lanzado el globo sonda, como suelen hacer los políticos gobernantes antes de encarar cualquier tema, de otorgar al profesorado autoridad legal o judicial o no sé cómo calificarla. Quiere primero ver, antes de decidir, qué piensa el pueblo en general, y los profesionales de la educación en particular. No sé mucho de política, pero esto me parece una forma cobarde de hacer las cosas. No decidir según lo que se crea, sino según el escándalo que pueda montarse, según los votos que pudieran perderse o ganarse. 


Pero volvamos al tema de la autoridad en el profesorado y de la conveniencia o necesidad de otorgarle esa autoridad legal. Todo esto me supone demasiadas dudas. A ver si soy capaz de plasmar algo en este post.


La autoridad no se consigue con pastillas. Ni se tiene, ni se compra. Ni siquiera creo que las cosas cambiasen demasiado porque un decreto o ley sentenciase autoridad legal para el docente. Hay que echar un poco la vista atrás para darnos cuenta de dónde puede estar el quid de la cuestión. 


En la escuela de la Ley de Educación General Básica (la mal añorada EGB) el docente tenía la autoridad. Concretamente, tenía los dos tipos de autoridad posible: la científica, porque era el poseedor de los contenidos y la principal fuente para surtir al alumnado; y la social, porque el docente tenía prestigio, tenía algo que decir, era respetado. Todavía era una figura relevante en la ciudad, y no digamos en los pueblos. En la escuela actual la situación ha cambiado, dando un giro de 180º. El docente ya no tiene la autoridad científica, la que te otorgan los contenidos, porque el contenido está en todos lados. Estamos en la era de la información. Internet nos come a pasos agigantados. No podemos competir con internet. Mi mejor explicación sobre los movimientos de los planetas, por ejemplo, no podrá nunca acercarse siquiera a la visión de un vídeo en Youtube. Y por si esto fuera poco, también ha perdido la autoridad social. La figura del maestro tampoco goza de la salud de antaño. En las familias, el maestro ya no es un punto de apoyo para la educación de sus hijos e hijas, ya no es ese asesor que fuera. Muchas veces, incluso, se ve casi como competidor, como aquel que, en lugar de ayudar a solucionar conflictos, los crea. Quizás, se vea más como enfermedad que como medicina. Y así nos va. 


Por eso, estamos ahora en una época de cambio, de redefinición de roles, de no añorar tanto y sí mirar más al frente. Ahora el maestro debe recrear su papel, su rol, en esta sociedad del efecto visual y de la información. 


Pero señora Aguirre, la solución no puede ser nunca de carácter correctivo, porque eso implicaría que los docentes asumimos que somos incapaces de prevenir, de educar. Sería reconocer que solo nos queda el castigo como medio educativo. Y el castigo, aunque esto no lo sepa mucha gente, debe ser solo usado para momentos puntuales, muy puntuales; momentos en lo que TODO se ha ido al carajo. El castigo no es una solución cotidiana, porque así solo estaríamos metiendo la polla en el arroz, como diría don Diego Herrera (lo siento, nunca podré encontrar una frase más acorde que esta).


Un mal sábado vespertino
lo tiene cualquiera.
Sábado 7 de noviembre de 2009