miércoles, 6 de abril de 2011

Entre ceja y ceja

Soy novato en esto de la enseñanza. Y me encanta serlo. Porque aún el sistema no ha podido conmigo. Y sigo ilusionado, inocente pobre de mí. Tan inocente, que creo que cambiaré algo en todo esto. 

Inocente y frustrado; en parte y a parte. Trabajo mucho. Mucho, mucho. Le dedico todas las horas del mundo (mi mujer lo sufre la pobre) a mi trabajo. Porque ha dejado de ser mi trabajo y forma parte de mí. Son "mis niños", "mi centro", "mis madres". Y me gusta que así sea. Porque no pone muros en medio. No me permite pensar en mis niños como casos prácticos, sino como personas con futuro. 
 
Yo no entiendo la enseñanza (y supongo que ningún trabajo del sector humanitario) de otra forma. Pero no consigo cambiar nada. Los pobres de mi clase siguen siendo pobres cuando terminan de pasar por mis manos. Los niños de ritmo lento de aprendizaje, siguen teniendo ritmo lento de aprendizaje (¡¡qué eufemismo más bonito!!). Tengo alumnos que empiezan en apoyo educativo en 1º y llegan a 6º y siguen en apoyo educativo

Y me paro y pienso. Y veo que la escuela, como parte del sistema, se dedica a perpetuar, cuando menos, las diferencias existentes; y a veces no solo las perpetúa, sino que también, desintencionadamente, las agranda. A las personas con pocas perspectivas de futuro, las entierra definitivamente, con sus políticas segregadoras y separadoras. Y a los ricos, los poderosos, los buenos estudiantes, los capaces, los hace más capaces. Sibilinamente, desintencionadamente, ocultadamente... pero lo hace.

Yo no quiero ser maestro para esto. Quiero ser maestro para que los pobres puedan dejar de serlo y tengan oportunidades sociales y para que los de ritmo lento mejoren su aprendizaje y superen las dificultades. Llámame iluso...

Los maestros nos quejamos. Mucho. Mucho más de lo que debiéramos. Y poco a poco nos vamos instaurando en la cultura de la queja. Todo el puñetero día quejándonos de la Administración, por un lado, y de las familias por otro. Porque eso sí, nosotros somos los putos amos del mundo. Ningún maestro (o muy pocos) te dirá abiertamente que parte del fallo en el sistema somos los propios maestros.

Y esto es un problema, principalmente porque nuestra incompetencia la pagan los hijos de otros. Seguimos trabajando instalados en la cultura de la "ocurrencia". Se me ocurren cosas, las pruebo a ver si funcionan, y ya elijo seguir o parar con mi nuevo método innovador.

Y no nos enteramos que en educación hay certezas. Hay métodos que funcionan. Métodos que no dependen del contexto de actuación. Ya está bien de que los maestros nos creamos intocables. Ya está bien de experimentos. Ya está bien de métodos obsoletos que quizás funcionaron antaño, pero que hoy seguro que no lo hacen y poco a poco nos están llevando al fracaso más absoluto en procesos y resultados. ¿No nos damos cuenta? ¿A qué esperamos? ¿No es suficiente un 30% de fracaso escolar en ESO?

Más preguntas. ¿Te gusta esta escuela de hoy para tu hijo? A mi no. Ni la pública. Ni la privada, en mi modesta opinión, peor aún que la pública, porque aún dedica más esfuerzos a perpetuar las diferencias.

Dejemos de quejarnos. Dejemos de llorar tanto por las esquinas y transformemos el sistema, pero no con imaginación, sino con verdades, con certezas científicas, con métodos que sabemos que valen, con las actuaciones educativas de éxito que la Comunidad Científica Internacional tiene demostrado que valen, que funcionan. Comunidad Científica Internacional, ahí es nada... ¡qué sabrán ellos!... pensarán incluso algunos osados arrogantes... 

¿Y tú, qué sabes? ¿Y yo, qué sé? ¿Y a ti, compañero, qué te interesa saber?

Ayer estuve escuchando
a Ramón Flecha. 
¿Se me nota, nota?
Lunes 06 de abril de 2011