martes, 30 de agosto de 2016

Yo soy maestro.

Disfrutaba yo de un descansito durmiendo a mi pequeño Martín en mi pecho, en el antiguo Guadalpark, mientras no perdía detalle de las conversaciones en las tumbonas de al lado. Un grupo de mujeres enseñaban sus primeras palabras a una rubilla de unos dos años, si acaso, mientras su madre le cambiaba el bañador mojado por otro:
- ¿¡Mi niña, qué es mi niña!? Unaaaa... - decía una de estas mujeres esperando que la chica completara la respuesta.
- "Utaaa" - balbuceaba la chiquilla, refieriéndose evidentemente a puta. Todas reían escandalosamente aprobando  su acertada respuesta.

Al instante, otra de ellas seguía con las sabias enseñanzas:
- ¿¡Cómo le huele el chocho a mi niñaaaa!?
- "Ettte" - respondía la chiquitilla llevándose mecánicamente la mano del chochete a la nariz. Se refería, claro está, a peste. Todas las enseñantes volvían a reír sin pudor. La chiquilla, por supuesto, sonreía ingenuamente sabiéndose el centro de atención, saboreando su ratito de gloria.

Inmediatamente después volvían con la doctrina:
- ¿¡Donde le van a salir pelitos a mi niñaaaa!?
- ¡Aaaaquí! - decía la pequeña con la mano en sus partes.

La escuela debe ser un lugar que abra la puerta, a algunos niños, a un país diferente. Es quizás la única oportunidad que tienen ciertos críos de recibir el diálogo y la palabra, de aprender a escuchar, de mamar razonamientos, empatía, asertividad, de comprender sus propias emociones. La escuela debe ser ese rinconcito sin gritos en la vida de cualquier "peque", un lugar donde haya tiempo para enseñanzas realmente importantes, más cercanas al alma y más alejadas de doctrinas y memoria. Respeto, pasión, emoción, solidaridad, equidad, cooperación, altruismo...

¡Qué difícil es imponer cordura en este mundo de vértigo!

¡Qué bonita y admirable es nuestra labor!

¡Qué poquita importancia le damos, incluso desde dentro, a la profesión más bonita del mundo!

Buen curso a todos. Vamos al lío...

Miércoles 31 de agosto de 2016